La vida lleva consigo momentos de aislamientos y soledad, el conocer la diferencia entre ambos nos llevará a tomar la mejor
decisión para enfrentarlos.
No deja de ser curioso que en la era de la comunicaciones, donde existe un afán desmedido por tener protagonismo, hallan simultáneamente tantas experiencias de soledad. A través de las redes sociales son muchas las personas que se enorgullecen al ver como aumenta el numero de sus “amigos” pero que en la realidad siguen estando solas.
Un sentimiento de abandono
La palabra soledad deriva del latín: solus, sola, solum, que alude a la ausencia de compañía, en el griego μοναξιά se define como un sentimiento de abandono por parte de los demás. En el occidente se le relaciona con un estado anímico por falta de compañía. La gramática española le da varias acepciones:
- Como adjetivo calificativo: “Es un ser solitario; me siento solo; estaba solo frente a todos”
- Como adverbio de cantidad: “Solamente”.
- Como sinónimos y expresiones a fines: abandono, retiro, sin compañía, incomunicación, estar desierto de gente, clausura, sin protección en la vida.
La soledad entre culturas
Sin embargo, en la cultura oriental a pesar de derivarla en el sentido de ausencia de compañía, la soledad se le relaciona más como un estado de reflexión, una oportunidad para la autoevaluación, y que en alguna medida se le ve como algo bueno.
En el occidente, la voluntades es movida por estímulos externos; en cambio en el oriente, la voluntad es movida por estímulos internos, eso es porque en el occidente se vive en pos de lo que viene de afuera, mientras que en el oriente se vive en pos de lo que se tiene en el interior.
Soledad positiva y negativa
Tenemos dos tipos de soledad: una positiva y otra negativa; la soledad del aislamiento y la soledad de la reflexión. Entre ambas hay un cierto espectro de posibilidades. Por una aprendemos a estar solos. Y por otra vivimos el peso angustioso de un momento dañino y en parte destructivo. Estar aislado es estar sin relaciones, sin personas cerca con las que hablar y compartir, sin amores a la vista.
La soledad positiva es una soledad natural, es propia de la condición del ser humano, es la condición originaria. Es el momento para estar solo, para vivir la vida y hacer de ella lo que nos parezca más oportuno, luchando por sacar lo mejor que llevamos dentro. Nadie puede hacerlo en nuestro lugar.
Nadie puede amar o morir por uno. Cada persona se las arregla como puede para diseñar su proyecto de vida, colocándose metas y objetivos que lo llevarán a alcanzarla.
La soledad negativa es una soledad artificial. Es la que a veces por las circunstancias se ha ido descantando hacia esa dirección, este tipo de soledad excesiva deja a las personas al borde de la melancolía. Soledad no es lo mismo que aislamiento. El aislarse por ciertas circunstancias producidas por la propia voluntad como resultado de un mal momento, puede arrastrar a la persona a un estado de baja estima, desarrollando un estado de animo negativo, percibiendo a su alrededor, que lo mejor es aislarse. Es lo que se le llama un escape de la realidad, un especie de refugio, que con el pasar del tiempo se va transformando en un sentimiento de culpa.
La soledad amiga
El ser humano necesita tanto la soledad como la compañía. El juego de lo opuesto le da valor a cada hecho de la vida. Lo negro se percibe en contraste con el blanco, la oscuridad con la luz, la suciedad con la limpieza, el caos con el orden.. Así es la condición humana.
Cualquier circunstancia que nos lleve a un aislamiento debería ser una oportunidad para transformar ese instante en un momento de soledad positiva, de poder hablar con nosotros mismos, de recogernos, y escudriñar lo que estamos viviendo, poner en orden lo que tenemos dentro y analizar hechos y experiencias. Buscar esa soledad amiga, de la cual habla el poeta español Lopez de Vega:
“A mi soledad voy, de mis soledades vengo; porque para hablar conmigo me bastan mis pensamientos“.
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