La vida pública que envuelve al ser humano pasa por dos vertientes bien definidas y conocidas: la privada o interior y la pública o exterior. Esto hace que la vida y la personalidad se definan por el grado de equilibrio entre estas dos facetas de cada ser humano. Una se desplaza hacia dentro, hacia el mundo interior, mientras que la otra se expresa hacia fuera por medio de la conducta.
Hay dos aspectos básicos que no se pueden olvidar a la hora de iniciar el camino del descubrimiento de nuestra naturaleza interna. En primer lugar hay que tener en cuenta la visión estática; ese estado de ánimo y opinión que una persona tiene hacia sí misma y hacia los demás. Es un punto de vista actual, simultáneo. El otro aspecto se considera como una visión dinámica, es decir un análisis histórico, discordante de una trayectoria personal.
La importancia de conocerse a sí mismo
El interior humano es un laberinto sin fin, y resulta imposible tratar de desvelar y analizar todas sus facetas; según detalla la psiquiatría, pero con una visión de conjunto se puede ir localizando las parcelas y segmentos básicos. A pesar de las dificultades y confusiones aparentes, casi siempre la dinámica interior sigue un hilo conductor, un argumento. Este tejido si está bien entramado, va a permitir que la vida se desarrolle correctamente y progrese.
En el interior de cada ser humano hay paisajes ocultos, una puerta de entrada, un patio, una escalera que sube hacia estancias situadas en pisos más altos. Pero la intimidad también tiene sótanos y desvanes, aposentos más oscuros y desordenados. La metáfora de la casa interior es verdaderamente acertada, porque toda personalidad muestra también una fachada que se abre a la calle, mientras otros espacios se cierran hacia el interior y resultan invisibles desde afuera.
Todo lo negativo, lo que nos duele, nos avergüenza o nos preocupa suele guardarse en el interior. Pero para asegurar el equilibrio, es necesario que las alegrías se muevan también por el espacio interior, iluminando esos aposentos que los demás no ven. Saber proteger la propia intimidad es muy importante.
Vida Pública
En estos tiempos modernos se vive en exceso con cara al exterior, con un deseo exagerado de mostrar una imagen determinada de nosotros mismos incluso como una marca personal, que queda atrapada en una lucha constante y obsesiva por dar una buena impresión a los demás.
En el ámbito de la intimidad en esos momentos de encuentros de silencios, cuando la persona se halla consigo misma, recorriendo sus intimidades le permite simultáneamente mejorar su relación con los demás. El diálogo fluye mejor y se torna más rico, sereno y verdadero. Esta actitud que emerge desde el interior abarca las relaciones humanas en toda su cabalidad. Así aunque parezca paradójico, conocer bien la propia intimidad es algo básico para alcanzar unas relaciones sanas y completas, sobre todo con los más próximos.
La carencia de intimidad
La persona moderna carece en gran medida de intimidad. Todo parece estar a la vista. Hay en ello un contagio a la superficialidad, la imitación de lo que está de moda permite quedarse sólo en la fachada.
Esto hace que se viva centrado en la imagen que se ofrece, olvidando el desarrollo de su vida interior. Para escapar del triste destino que teje el mundo de estas redes, hay que esforzarse por corregir el error que supone permitir que lo social, exclusivamente, sirva para dar cohesión a nuestra existencia. Las relaciones exteriores parten del interior, de una intimidad sana.
Organizando nuestra personalidad es posible mejorar nuestra forma de ser y, al mismo tiempo, funcionar mejor en sociedad. La soledad es importante para esto, porque nos permite comprenderla y reorganizarla si es necesario.
Además, en nuestro interior hay lugares secretos que conviene tener en cuenta, pero que no hay que revelar. Esta es la esencia de la intimidad encontrarse con uno mismo, cultivar lo que hace que nos entendamos mejor y de este modo, mejorar nuestra relación con el entorno, con una vida pública mejorada.
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