En todo desarrollo del proceso educativo hay algo que permanece y algo que cambia. La educación por excelencia no sólo permite llegar a ser persona, también es necesaria para enfrentar los cambios que la vida va presentando. Hoy es importante descubrir por debajo de las apariencias que es lo que permanece y que es lo que se va.
Lo material siempre cambia, y lo que no es material tiende más a permanecer. El mejor ejemplo es sobre la moda, que se impone de forma masiva, como una marea que nadie detiene y que pasando su momento, se diluye y no queda nada. Los que han apostado por ella en temas importantes, sustanciales, se ven perdidos, porque otra moda nueva sustituye a la anterior con la misma fuerza que la precedente.
Aristóteles decía: ” Busca con mesura y de una manera conveniente todos los placeres que contribuyen a la salud y al bienestar; aprovecha los demás que no dañen a estos, y que no son inconvenientes, ni están fuera del alcance de su fortuna“.
Antes de poner en práctica dicho consejo se necesita recordar la premisa del sabio Salomón expuesta en uno de sus proverbios: “No traspases los linderos antiguos que pusieron tus padres“.
Valores y principios
La educación actual desgraciadamente ha dejado fuera muchos de esos linderos, que nuestros abuelos supieron dejarlos bien marcados a nuestros padres; los linderos son las marcas que separan los límites territoriales. Aquí representan valores y principios que nos permiten orientar nuestro comportamiento en función de realizarnos como personas. Son creencias fundamentales que nos ayudan a preferir, apreciar y elegir unas cosas en lugar de otras, o un comportamiento en lugar de otro.
Hay una palabra maravillosa que hoy se encuentra en el museo de las palabras olvidadas; no se cuántos jóvenes profesionales la tengan entre su léxico mas cotidiano, pero la verdad que en la actualidad es vehemente su utilización con todo lo que su significado aporta a la educación formativa; me refiero a la palabra templanza.
Templanza
La templanza es la virtud moral que regula la atracción por los placeres, y procura el equilibrio en el uso y disfrute de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la solidaridad.
La templanza está considerada como una virtud cardinal supone la posibilidad de rebelión de los instintos más básicos contra las tendencias “superiores”. La templanza es el arte de gozar de la vida con la dignidad que debe tener un ser humano. El que no tiene templanza es prisionero de sus deseos, se hace esclavo por inclinación a satisfacer lo primero que aparece ante él y así va caminando de la debilidad, cada vez menos dueño de sí y arrastrado por esos impulsos.
La templanza ha sido entendida con frecuencia como moderación en la sexualidad, el comer, y el beber; con mayor referencia a la cantidad, con lo cual suena algo negativo y vuelve a la ética de la prohibiciones.
La templanza no es contención, represión, limitación ni freno ante los deseos. La templanza nos hace señores de nosotros mismos y su objetivo no es ponernos límites, sino respetarlos. En resumen hacernos humanos en los deseos e independiente de ellos.
Educación formativa
Educación y cultura forman un entramado de influencias recíprocas, con fronteras difusas y linderos mal definidos. De ahí que, a la hora de ocuparnos de la educación formativa sea preciso el uso de palabras que van en esa dirección, no como información sino como formación. La sociedad actual necesita también crecer con conceptos que ayuden en el desarrollo personal cumpliendo a cabalidad su significado práctico en lo cotidiano.
La templanza es aquel valor que nos consigue armonía y equilibrio de los apetitos, ordenándolos de acuerdo con la razón y la voluntad, haciéndonos fuertes, recios consistentes dueños de nosotros mismos, capaces de decir que sí y que no. La templanza no es un sentimiento, sino un hábito que se adquiere con la repetición esforzada de actos en lo que uno se vence y se domina, buscando lo mejor, incluso lo excelente. Su finalidad es poner orden en el interior de la persona.
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