El silencio es un elemento muy amigo de la cordura y las buenas intenciones, más cuando se trata de mantener una buena relación de pareja. Existen varios tipos de silencios: el silencio prudente, el silencio inteligente, el silencio burlón, silencio complaciente, etc. Llegando al punto incluso que algunos de ellos tienen más poder que las mismas palabras.
En mi libro Encuentros de Silencio no hago otra cosa que honrar al silencio reflexivo, ese que nos permite encontrarnos con uno mismo, y que es a la vez el encargado de presentar a nuestras queridas «compañeras de viaje»; las palabras interiores; esas palabras que no dejan que otros vean nuestras emociones.
El silencio de las intenciones es aveces el que más fuerte habla, suele engañarnos disfrazándose de omisión.
“Sólo se debe dejar de callar cuando se tiene algo que decir más valioso que el silencio” dijo el abate francés A. T. Dinouart en el siglo XVIII en su ensayo “El arte de callar”
El silencio muy bien puede ser un arte, un oficio de artesano en la ciencia del buen vivir; pero dado que sólo algunos lo saben utilizar, hay lugar entonces para la pregunta: ¿cuándo el silencio se convierte en un peligro?
- ¿Cuántas veces has permanecido absolutamente en silencio cuando alguien hirió tus sentimientos?
- ¿Cuántas veces has ignorado un comportamiento porque no querías incomodar a la otra persona en un desacuerdo?
- ¿Cuántas veces has tratado de convencerte a ti mismo de que no estás molesto y no estás enojado?
- ¿Cuántas veces ha cambiado abruptamente el tema porque la persona se estaba acercando demasiado a un asunto vulnerable?
- ¿Cuántas veces has tenido conversaciones con otras personas dentro de tu cabeza, haciéndoles saber exactamente lo que pensabas, qué es exactamente lo que te molesta, pero nunca pronunciaste una palabra en voz alta?
Ante tales circunstancias parece más fácil guardar silencio.
Claro, es más fácil asentir con la cabeza y decir «sí», fingir que estás perfectamente bien, cambiar o enterrar tus propios sentimientos en lugar de hablar con honestidad y vulnerabilidad con otra persona. Es más fácil tragarse nuestra tristeza y frustración. Es más fácil mentir y decir que estamos muy bien en este momento, muchas gracias por preguntar, que lidiar con la incomodidad de mirar a alguien a la cara y decirles algo que posiblemente no quieran escuchar (o al menos eso es lo que suponemos ). En ocaciones más extremas optamos por guardar silencio para evitar una discusión.
Aquellas actitudes de silencio que aparentemente convencen a nuestro interlocutor parecen conductas favorables para mantener una buena relación, es más fácil el silencio, que elaborar un argumento convincente.
Pero la verdad no es así, no es realmente más fácil.
Tal vez lo sea, en el momento; temporalmente, evitamos la incomodidad que podemos sentir. Evitamos la ansiedad que puede surgir inevitablemente cuando hablamos. Pero con el tiempo, terminaremos haciéndonos un gran daño.
Hay una frase muy poderosa de un autor desconocido que dice «Si evitas el conflicto para mantener la paz, comienzas una guerra contigo mismo«.
Cuando tratamos de evitar el conflicto, lo que realmente hacemos es sufrir innecesariamente. Nos silenciamos a nosotros mismos. Es como si cortáramos nuestras propias cuerdas vocales. Nos quitamos nuestro propio poder.
Por supuesto, en ese momento, no nos vamos a sentir así porque confrontar a alguien sobre cualquier tema es difícil. Es especialmente difícil si hemos aprendido a evitar los conflicto manteniéndonos en silencio, en lugar de haber aprendido a enfrentarlos. Para algunas personas una discusión es similar a la agresión o la violencia, por lo que optan mejor¨por el silencio.
Entonces pensamos que al permanecer en silencio, estamos aliviando nuestra incomodidad y eso nos hace sentir bien, pero la verdad es que simplemente no estamos acostumbrados a confrontar a alguien de manera constructiva.
«Quien mucho traga al final se ahoga»
Es sabido que el silencio es amigo de la sabiduría, ya lo decía Pitagora:
«Escucha, serás sabio. El comienzo de la sabiduría es el silencio».
En la vida, desde lo más cotidiano a lo más importante hay que saber mantener un equilibrio entre guardar silencio y defender nuestros puntos de vista, no todos nos situamos en la misma perspectiva, por lo tanto no corresponde que silenciemos nuestros sentimientos o nuestros pensamientos, mientras más transparente seamos en una conversación, más información tendrá de nosotros nuestro interlocutor. En el caso de la vida en pareja, por una parte sabrá los que nos hace daño, lo que nos ofende, lo que nos irrita, etc. pero también, sabrá lo que nos gusta, y lo que nos hace feliz. Nadie es adivino, por eso hay cosas que no tienen lugar en el silencio.
“El silencio es prudente cuando se sabe callar oportunamente, según el momento y los lugares en que nos encontremos en sociedad, y según la consideración que debamos tener con las personas con quienes nos vemos obligados a tratar y a vivir”.
Pero cuando nos acostumbramos a guardarnos todo lo que nos molesta, en nuestro organismo transformamos esas mismas cosas en molestias y pasamos a formar parte del 40% de la población que sufre de alguna enfermedad psicosomática.
El estado mental afecta la salud mucho más de lo que algunos creen. Muchas de las enfermedades físicas que sufrimos son el resultado de tristeza, descontento, remordimiento, sentido de culpa, desconfianza etc. Cambios fisiológicos causados por estados emocionales que pueden tener su génesis en algo tan simple como saber cuando escuchar, cuando guardar silencio y cuando hablar.
Hablar no es fácil, pero se vuelve más fácil cuanto más se hace. Afortunadamente hay técnicas que puedes aprender y usar, se ha escrito mucho sobre el arte de hablar, pero que se escuchen las emociones es otra técnica que se necesita practicar.
Cuando tropiezas, vale la pena expresar tus necesidades. Vale la pena abogar por ti mismo. Vale la pena no tener una guerra interna entre decir y no decir. Después de todo, tu corazón también es importante. En la vida todo tienen un limite.
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